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Por fin un día le sonríe la suerte y consigue un suculento contrato: llevar a la actriz de moda a la jungla amazónica para una sesión de fotos sobre su última película. ¡Nada más y nada menos que a Faye Russel en persona!. Joe no cabe en sí de gozo y prepara al Amazon Queen, su avión, como nunca lo hizo antes. Pero la diosa Fortuna cambia de parecer y permite que Anderson, personificación de la competencia sin escrúpulos (o sea: el malo), intente apartar a Joe (el bueno) del negocio aéreo. Como buen Alemán de valores nazis, Anderson y sus secuaces tienden una trampa a nuestro protagonista en el hotel donde debía recoger a la estrella de cine. Por supuesto, esto no puede quedar así, y King intentará escapar y llevar a cabo la misión que le pertenece sin imaginarse que en la selva le acecha el peligro de un templo habitado por auténticas Amazonas, un valle de lo más sorprendente y un científico a punto de dominar el mundo.

¿Cómo he podido ser tan tonto? - pensaba Joe mientras observaba la forma de salir de la habitación donde le habían encerrado. Sabía por experiencia que lamentándose no conseguiría gran cosa y éste pensamiento le ayudó a despertar su instinto de buscavidas. Descorrió unas cortinas que dividían la estancia y descubrió un camerino con evidentes muestras de haber sido abandonado con prisas. - "¡A río revuelto, ganancia de pescadores!" - pensó enseguida, y tomó prestada una peluca que estaba por ahí. A malas, siempre lo podría achacar a un tic nervioso si le pillaban, y a buenas aplicaría lo de: todo sirve si sabes usarlo a tiempo. Las ventanas estaban cerradas a cal y canto por lo tanto, el truco de las sábanas atadas no debería funcionar, pero - mira por donde -, apareció el tubo ése de las pelis americanas para la ropa sucia y allá que te fue el pobre. En la sala inferior, husmeó un poco y pudo hacerse con unos senos de goma y una palanca. Esta última le recordó el cofre de la habitación pero no halló mas que una toalla, y pasando por la lavandería donde estaba el camerino cerrado de una vieja amiga (Lola) y la escalera de servicio, pensó en escapar. Por desgracia los matones de Anderson - Rico y Eddie - estaban vigilando.

En recepción, el botones con pinta de bobalicón enchufado era lo único que le quedaba por intentar y se arriesgó a paliquear. ¡Bingo !Pudo hacerse con la llave del camerino de Lola y decidió probar suerte con ésta. Le bastó un poco de su encanto personal para lograr sus propósitos y dejó a Rico y a Eddie con dos palmos de narices.

El mecánico de Joe, un tal Sparky, apuraba a fondo el viejo camión, pero en vano: el coche de los gorilas les pisaban los talones. "¿Qué hacer si no llevaba mas que paja?"¿Quizá taparles el cristal con ella? - "Probemos" -, pensó King y como una ayuda divina encontró algo mejor... Justamente el producto anti - pesaditos. Nada más llegar al aeropuerto, vio su querido avión, el Amazon Queen, pero a punto de ser robado por el impostor ario. La rabia que Joe tenía dentro facilitó muchísimo la aclaración del entuerto en que la pobre Faye se veía inmersa sin acertar a comprender nada de nada. Y por fin... ¡volaron!

El aterrizaje de emergencia salió como se supone que debe salirle a un profesional de película : un total, rotundo y absoluto fracaso. Ahora, eso sí, sin daños personales para la plantilla de guapos y guapas de turno. Al fin y al cabo, el juego no había hecho mas que empezar y tenían que justificarse un poco por lo menos. Joe tuvo una suerte increíble: no contento con haber salido airoso del choque, tuvo derecho a una bronca mayúscula por parte de Faye, perdió al Amazon Queen con los depósitos recién llenados hasta arriba, y para colmo le tocó ser (sin sorteo alguno) el que debía sacarles las castañas del fuego a los demás. Así que cogió todo lo que pudo (que no era casi nada: un mechero sin piedra, un cuchillo, un cupón del cómic y algo de comer) y se fue por donde entró. Con una salchicha y el machete logró llevar a buen puerto a todos los demás pasajeros del avión, y de un sólo vistazo hizo el recuento de supervivientes. - "No falta nadie, estamos todos" - dijo él con ánimos de impresionar a la actriz. - "¡Pues claro, listo, sólo somos tres!" - dijo ella con ganas de ofender al piloto. Ya en tierra firme, había dos caminos para elegir: el uno y el otro. Enseguida se decantó por los dos y así no dar a Faye la impresión de estar perdido. Pudo desahogarse con el primer bichejo que le salió al paso y así fue como recibió un mensaje muy familiar: rescatar una princesa. Joe arramblaba con todo lo que encontraba: parras, plátanos etc. hasta que se topó con un gorila que no le dejaba pasar, justo como en su discoteca favorita. - ¿Pero los gorilas no son africanos? preguntó King, y el animalito se fue avergonzado por tan garrafal metedura de pata. Y así fue, amigos míos, cómo llegó al pináculo nuestro héroe.

Esto del pináculo, por muy altisonante (o sea: rimbombante) que parezca, no le resolvió nada en absoluto pero las vistas desde allí eran impresionantes: la tienda de Bob, la jungla, el embarcadero, otra vez la jungla, la empresa Floda Inc., pero ni rastro del "pirulí". - "Pues hale, a gastar zapatillas que me salieron gratis" - dijo él muy convencido, y se dispuso a hacerlo por ser algo más que nada. En los caminillos que serpenteaban peligrosamente entre árboles, lianas y fieras se encontró con dos "doctor Livingstone supongo" llamados Bud y Skip y en viendo que uno de ellos sabía leer, hízose el interesante hasta que le regalaron un cómic con tal que se fuera hacia el este un par de veces. Más que isla, parecía un pañuelo porque se volvió a encarar con el gorila descerebrado vestidito de dinosaurio rosa, ¡en pleno mes de agosto! Se libró nuevamente del bicho rarito y al seguir su camino divisó una orquídea de las caras pero para conseguirla se tuvo que pasar a ver a Bob y hacer algún trueque. Más al este le pareció adivinar algo... Se escondió y se quedó atónito, boquiabierto, patidifuso y anonadado con lo que vio: una Amazona andando. Escondido tras una roca, pudo advertir a distancia las argucias instaladas para imposibilitar la entrada, y una vez que la indígena franqueó la puerta, intentó hacer exactamente lo mismo que ella con vistas a indagar un poco entre el sexo femenino de forma pura e inocente.

En ésta situación desesperada, Joe demostró tener un auto control digno de Indiana Jones y para dejar patente su condición de hombre duro, se apoderó de un muñeco de guiñol que un viejo enfermo tenía como única distracción. Por si fuera poco, y en voz alta para que todos le oyeran, le hizo la pelota a Faye Russel y le suplicó ayuda a lágrima viva. Cuando salió de la mazmorra, lo hizo muy estirado, henchido de orgullo y con la mirada desdeñosa por los que nunca llegarían a ser tan valerosos como él.

Cuando por fin salió del templo, Joe se puso a correr como un endemoniado todo lo que sus ya viejas zapatillas "La Tórtola" le permitían. la temperatura de las suelas le obligó a descansar en un campamento de misioneros donde pudo deshacerse de su plátano caducado a cambio de un coco (éstos, como los postres modernos, no caducan tan fácilmente).Harto ya de tanto arbolito, deseó ver - ¿cómo no? - a la más guapa, la novia de Bob, una tal Naomi. Por puro despiste, le dio la flor a Bob y la charla a la chica quedándose con una red para pescar frascos de perfume en vez de obtener una cita. Sparky se conformó con el cómic, la actriz desapareció y el platanero seguía dando frutos... Con todo esto, llegó a ser, gracias a los misioneros, un experto en perezosos, en Pigmeo, y en coger de todo con la red. En éste punto de la aventura, Joe adoptó su semblante más grave y levantó un aleccionador dedo índice para decir:

"Amigos, vamos a hacer recuento de lo que llevamos encima. Y aunque os parezca una auténtica tontería, no es mas que una verdadera estupidez". No pudo mas que asustarse al ver todo lo que llevaba, parecía el bolsillo de un escolar en vez de los útiles de un explorador: el mechero sin piedra; un coco; una lima que le dio Sparky a cambio del cómic para cambiarla por un diccionario a Mary - Lou; el muñeco que parecía un guante de cocina; una red con la que pescó el frasco de perfume; la aspiradora, que le permitió coger las abejas y la orquídea, y cuyo precio se estableció en tres salchichas: el frasco de perfume; un cómic que no me acuerdo lo que pinta aquí ni de dónde salió; un plátano; un cuchillo que morirá sin haber visto el jamón; un bate de béisbol (¡no te joroba el guionista, si llega a ser español, al muchacho me le planta unas banderillas!) y por fin el cupón de la once (¡la página once, hombre!).

El último paseo por la tienda de Bob le gustó mucho por haber demostrado lo bien que lo hacía con los Pigmeos y las mujeres; las tijeras simbolizaban un trofeo indiscutible de su poder. Estas le permitirían cortar el pelo del perezoso atrayéndolo con una flor en el árbol. Por ello, cada vez se sentía más seguro de sí y pisando fuerte se marchó a la aventura por los lugares más salvajes y recónditos: la fábrica de trajes tiroleses. Para colarse dentro de alguna forma, imitó la capacidad camaleónica de los espías para ser actores, pero sólo llegaría a cotilla embustero por no ocurrírsele más que pasar por fumigador con una flor encima. Registró por completo la biblioteca y se pasó a mayores entrando en la cocina donde le echó un cable al chef con su plátano (¡me refiero a la fruta!). Poco tardó en "limpiar" la cocina y ejercer de curiosón en la sala contigua. No se le escapó nada y ya, cargado como una mula, se hartó y se fue a tomar viento al lugar con una mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme. Al fresquito de la naturaleza, intentó aclarar sus ideas y pensó: - "en la biblioteca hay un gramófono sin discos, el único que los tiene es Bob pero no tengo dinero. El que tiene dinero es Bud (el de los picores en las partes pudendas), pero aquí no hay farmacias ni karaokes, así que mis altos conocimientos de Pigmeo me facilitarán obtener la poción con algunos abalorios y espejitos". Y éstos resultaron ser leche de coco, pelo de perezoso y abejorros; el indio pigmeo no se lo pudo poner más difícil. Una vez conseguido el dichoso disco, descubrió la entrada al bunker secreto donde registró las cajas, se topó con un soldado parecido a los enanitos de los circos, y para no cambiar, Joe le entregó la carta y le dio un disgusto de muerte al pobre pequeñín porque se enteró que su novia no le correspondía, pero sí a otro. ¡Menos mal que Dios dejó a King para los juegos de ordenador porque si le deja como Santa Klaus.... Pero bueno, esto le permitiría pasearse a sus anchas, mirar todo, destapar una caja fuerte, despistar a un guarda, y robar un libro de contenido esencial. Más adelante, en el laboratorio tampoco se quedaría manco... Liberó a la princesita guapa y dejó que escapara ayudándose de los ridículos maniquíes. Renunció a su impulso de marcharse con ella para que el usuario pudiera seguir un poco más con el jueguecito, pero eso era seguro: en cuanto lo acabara pensaba resarcirse sin excusas. Despotricando y maldiciendo su trabajo, - como todos -, la tomó con el vigilante del búnker dándole la lata, pero con algo del producto robado en el laboratorio. En las salas contiguas, calcó con su lápiz el código de la combinación de la caja fuerte, la violó, y después de salir hizo lo propio con el chamizo custodiado por el feroz can acallándolo con un muñeco chillón por falta de azucarillos.

Se tenía merecido un descansito y enseguida pensó en la princesa Azura como remedio a sus males. Quizá, con algo de suerte, le hiciera ella a él lo que él hizo a la caja fuerte pero se topó con el malvado profesor que además resultó ser un chantajista: a cambio de la liberación de las Amazonas, Joe debería traerle un cráneo de cristal de la isla del perezoso. ¡Su misión se ponía cada vez más difícil!

Para acceder a ella, sólo podía acudir al muelle, donde el barquero se moría de ganas por pescar algo, aunque fuera un constipado. ¿Qué sería de nuestro héroe si tampoco supiera algo tan banal?. Sobornó al ¿profesional? con un escarabajo y se encontró en el islote de marras. No fue difícil encontrar el templo. Menos mal que pudo diezmar fuertemente las reservas de bolitas de queso de la cocina para apaciguar la dino - rata, y suerte también que el bichejo era más rata que dino sino a ver que narices le hubiera dado. Una vez dentro, arrambló con varias momias sin dejar un solo hueso y las colocó en el frontispicio sagrado de la forma más oportuna y a los efectos pertinentes (pura burocracia, os lo prometo). Incluso le sobraron piezas, como siempre que intenta arreglar algo. Con un hueso suelto, parcheó una tragaperras incompleta con lo que pudo descubrir un pasadizo nuevo que le llevaría al borde de la locura. Digo esto porque de pronto una aparición - guardián le obligó a pensar para seguir adelante. El acertijo propuesto por "la cosa" se refería a las tres etapas de la vida del hombre y Joe, sagaz en extremo, acertó a la primera con el infalible método de su invención que bautizó con el nombre de: pinto - pinto gorgorito.

El acierto fue "recompensado" con la aparición de tres puertas que daban a un intrincado dédalo de túneles y pasadizos llenos de horror, misterios y trampas mortales. Mudo se quedó el pobre Joe al constatar su premio y sus buenos veinte minutos le costó recuperarse de la emoción, - "¿Por qué diablos tengo que ir siempre de enterado? Más me hubiera valido cerrar la boca" - pensó - pero como no podía hacer otra cosa, se puso manos a la obra de la forma que seguidamente narraré: visitó cada entrada hasta donde pudo llegar sin peligro e hizo un bosquejo de los recorridos anotando todos los detalles que pudo en él. De ésta forma se aseguró no perderse e interrelacionar todos los puntos que pudieran tener algo que ver entre sí. Después de la primera inclusión de reconocimiento, solo le quedó una opción con posible solución: las zombies por la rama izquierda en la puerta principal derecha. No podía seguir de frente al estar obturado por un peso de piedra que normalmente, y según las arquitecturas de la época, servían a la par de puerta corrediza y de contrapeso de otro similar. Anotó ésta última observación (posteriormente le serviría) y recordando su éxito con el gorila se lanzó a tentar su suerte con resignación. Esta vez, averiguó que no se trataba de demostrar que las zombies sólo están en África sino que era imposible que después de trescientos años quedara algo del príncipe "comosellame" si no usaban el embalsamamiento; lo logró apoderándose de las vendas. Por supuesto, el sarcófago hacía las funciones de tapadera de otra entrada secreta donde, tras ciertas peripecias, logró el disco de piedra que, junto con la parra nudosa del sarcófago y su bate, le serviría de engranaje para completar el mecanismo de contrapesos. En ningún momento dejó de anotar todo lo que veía o hacía en su esquema, sobre todo en lo referente a recorridos, habitaciones y salidas, sin por ello olvidarse de la recolección de cualquier objeto transportable útil o no. Al fondo de la puerta dcha., halló un pico que usó en la gruta de la puerta del centro donde arrancó de la estalactita chispa de mechero y un agujero que transformó en acceso a la cripta sagrada. Los huesos y vendas de las momias le harían una antorcha de fortuna muy útil para espantar serpientes, por lo que la puerta de la izda. le brindaba ya más posibilidades para triunfar. No debía despistarse ni lo más mínimo, sino sufriría la misma suerte que Ian, un malvado a sueldo del loco. Joe dudaba mucho que liberando a ése tipejo pudiera conseguir el cráneo a cambio, pero no tenía elección...

En una de sus incursiones por las salidas posibles de la sala con cascada, se topó con una barrera de rayos láser que neutralizó con su máscara limpia a modo de espejo, lo que le permitió llegar al otro lado de la cripta secreta y así adueñarse de una esmeralda de recuerdo.

Accedió sin problemas, por la puerta izda., hasta el contrapeso que impedía liberar a Ian y sabía lo que tenía que hacer para sortear el obstáculo. Bajar la jaula - prisión tampoco supuso dificultad si se soltaba la cuerda inferior pero le fue imposible dominar la situación una vez liberado el ingrato. Por fortuna, le siguió hasta la sala del gran bastón. Colocó las dos piedras que tenía en la cara del bajorrelieve y siguió el ruido hasta ver a Ian destrozado por una trampa. El muy mentiroso sólo llevaba la otra parte de la llave que le proporcionó el muerto, y puesto a proseguir, la reparó como pudo y la usó en la estatua de la sala que había a la dcha. del bajorrelieve. Una nueva esperanza se abrió bajo sus pies, y teniendo como guía a la dino - rata más glotona, se encontró en la sala de claves donde, para encontrar la combinación, numeró las 16 figuras de la pared de izda. a dcha. y de arriba a abajo hasta dar con el resultado: primero mover la pieza 14 y después la 11. Todo ésto después de pegarse un tute de órdago limpiando el suelo con el aspirador, pero más tarde - al repetir la escena - pude comprobar que se podía haber librado porque lo hagas o no, la puerta se abre igual. Atravesó la sala del trono hasta llegar a la puerta siguiente y allí se encontró con lo que podríamos llamar: la madre del cordero.

Al guardián le bastó la corona para ceder el cráneo y Joe, se cambió a la sala anterior donde tuvo que descifrar las escrituras pigmeas antes de utilizar el trono - cohete. La verdad es que también he vuelto a comprobar la escena de los paneles giratorios y permiten la activación de la máquina sea cual sea el orden elegido en su volteo. Lanzado en el trono con su cráneo y el otro, se volvió a encontrar armando escándalo en la celda de Floda Inc para que le rescatasen.

Faye y Anderson (que se había pasado al bando de los buenos al ver que las apuestas se iban decantando por King por doce a uno) no se olvidaron de él y le pusieron al día sobre las intenciones de Frank. No había tiempo que perder y Joe consiguió algo de alcohol de Bob después de inspirarse en el cupón y la página suelta del cómic, se fue al pináculo y usó el cohete para llegar al valle de la niebla donde pudo estrenar el cuerno de la princesa después de sortear un dino engolosinándole con arbustos. "¡Vaya por Dios!" se le escapó, "he aquí el malo más malísimo de todos los peores". Se encontraba en medio de casi todo el reparto: el mecánico del avión que no explicó lo que pintaba allí; Faye Russel que siempre está en las situaciones más comprometedoras para adornarlas un poco; la princesa Azura que se apuntó a ver si cazaba algún que otro piloto a sueldo y la sacara de entre los monos; Anderson mostrando todo su valor escondidito en el zeppelín; una estatua de madera de las que venden en el rastro pero un poco mayor; y por supuesto el doctor Ironstein y su enfermedad: tan loco como un rebaño de cabras. Por orden del profesor y a punta de pistola láser, Joe tuvo que activar la estatua con el cráneo de cristal y transformarla así en robot defensor del valle a las órdenes de quien lo hubiera o hubiese activado. El profesor intentó transformarlo pero el tiro le salió por la culata, - o casi -, y se mutó a su vez en bestia monstruosa. El encuentro entre los dos colosos era inevitable y nuestro hombre pudo, con la ayuda del espejo de Faye y su máscara derrotar a Frank con sus propias armas. Aún a costa de todo el sacrificio, los peligros y la pérdida del Amazon Queen, Joe pensaba que bien se lo merecía la seguridad de la tierra, sin tener en cuenta que se llevaba a la segunda más guapa de la historia: la princesa Azura. La más guapa - Faye Russel - se la quedó Hans Anderson por competencia desleal, malvado a sueldo del profesor, ladrón, chaquetero y no dar un palo al agua. A veces las historias de ordenador son como la vida misma. ¿Verdad?

Anotaciones:

En el nenúfar gigante, la rama que lo sujeta no se ve, pero si paseas el puntero por el borde más lejano al avión la encontrarás.

La dino - rata te apreciará, incluso te ayudará si le vas dando bolitas de queso. La resina te servirá para coger la esmeralda con el bate, tapar la fuente que mana a chorros y pegar la llave de piedra. ¡Aprovisiónate!

Para romper la tapa del sarcófago, en la cripta, hazlo con el gran bastón de la sala del frontispicio, la que tiene las dos cortinas de agua a los lados.

 

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